
La vida, amor mío, es un cofre impredecible,
una danza ciega entre el azar y el destino,
como esa caja de dulces secretos
que espera en su silencio a ser descubierta.
Abro la tapa y siento el vértigo:
el aroma me envuelve con promesas ambiguas,
dulzura y amargor entrelazados,
cada elección una historia, un riesgo,
un eco de lo que fuimos y seremos.
¿Te has detenido a pensar en el misterio?
El roce de tus dedos eligiendo un camino,
sin mapa, sin brújula, solo el susurro
de un deseo que late como un tambor
bajo la piel del instante.
Hay en el mundo tanta melancolía,
como la sombra de un árbol bajo la luna.
Y sin embargo, amor,
en tus ojos descubro la chispa,
la esperanza suspendida, temblando,
una dulce rebelión contra el olvido.
Juntos mordemos el fruto incierto,
y en cada bocado hallo tu nombre,
el sabor de tu risa, la calidez de tus manos,
una constelación de momentos
que llenan de luz la desolación.
Porque aunque el amargor nos roce los labios,
siempre habrá un dulzor escondido,
un destello en la penumbra
que nos recuerde que estamos vivos,
y que, a pesar de todo, seguimos amando.