
Dicen que para escribir de amor
hay que estar enamorado,
tener el corazón abierto en heridas vivas,
o al menos rozar la dicha efímera
de amar y ser amado.
Yo sé que no es así.
Escribir de amor es evocar los ecos
de algo que una vez fue,
es suficiente con haber amado,
con haber sentido
el vértigo de los días llenos de alguien
y el vacío cruel de su ausencia.
Recuerdo la última vez que nos besamos.
Es un recuerdo que me provoca
una risa íntima,
una ironía dulce y amarga
suspendida entre el amor y su final.
Yo lo sabía,
sabía que no habría más besos,
pero aun así te besé.
Te besé como quien pisa la orilla
de un abismo,
sabiendo que lo hermoso
es también lo último.
Y en ese instante,
entre el roce y la despedida,
algo quedó suspendido:
una esperanza tenue,
el perfume de lo que nunca fue
y el eco de una risa,
la mía,
que ahora se esconde
en cada palabra que escribo.