
No te perdonaré
si mi boca calla
y mi lengua no encuentra
el destello de tu fuego.
Vacía mis latidos,
quémalos en la hoguera
de tu sombra interminable.
Cada poro es un grito,
una puerta abierta
a la profanación de tus manos,
ese incendio secreto
que se expande,
desbordando mi carne.
En el altar de tus pestañas,
me ofrendo,
sagrada y temblorosa,
mujer que arde
en la plegaria urgente
de tu ausencia.
Aquí, en esta desolación,
el aire lleva tu nombre,
y en su roce tímido
resuena el eco de un deseo
que nunca aprenderá
a morir.