
No supe que el amor era más que un roce,
más que el eco fugaz de un suspiro,
hasta que llegaste como lluvia tibia,
abriendo grietas en mi alma reseca.
No fue el tiempo, ni la costumbre,
fue la forma en que tus manos
aprendieron el lenguaje de mi piel
sin prisa, sin miedo, sin dudas.
A tu lado entendí que amar
es construir sin poseer,
es dar sin medir el regreso,
es entregar el nombre propio
para que alguien lo susurre como hogar.
Abrí mi pecho,
dejé que entraras como quien vuelve,
y desde entonces,
mi amor es el techo bajo el que habitas.