En el vasto océano de la eternidad, donde los destinos entrelazan su danza, nuestro amor flota, un faro de verdad, en la penumbra de la esperanza.
Es un eco ancestral, un susurro en la brisa, que atraviesa los siglos, sin detenerse jamás, es la llama que arde, eterna y precisa, en el altar donde nuestros corazones se dan paz.
En cada estrella que titila en la noche, en cada flor que se alza en primavera, en cada verso de este poema derroche, se plasma la promesa de una entrega sincera.
Nuestros cuerpos pueden desvanecerse, como arena arrastrada por el viento, pero nuestro amor, eterno, no puede perecerse, es un lazo indeleble, un sagrado juramento.
A través de las edades, en la marea del tiempo, nuestro amor persiste, inmutable y fuerte, un lazo que trasciende lo terreno y lo divino, uniendo nuestras almas en un eterno concierto.
Que la muerte misma no sea barrera, ni la distancia, ni el dolor, ni la adversidad, pues en el reino del amor, no hay frontera, solo la eternidad, donde reside nuestra verdad.
Así, en la vastedad del universo infinito, nuestro amor resplandece, radiante y sereno, como un faro en la noche, como un rito, testimonio eterno de lo que somos, lo que hemos sido, lo que seremos.