Renacer de la ceniza

Te soñé en el corazón de la penumbra,
cuando la noche bebía sus lágrimas de fuego.
Eras sombra y luz en la misma caricia,
un eco perdido en el abismo del tiempo.

Vi tus manos danzar entre la bruma,
bordando cielos rotos con hilos de silencio,
y en el suelo dormían las cenizas
como un secreto esperando el alba.

Oh, amor mío,
¿es la ceniza volcánica la que fecunda la tierra,
la que grita al mundo en su desolación?
Tras la muerte, susurra, siempre regresa la vida.

Eres el temblor de la llama que no se extingue,
la herida abierta que florece en esperanza.
Entre la melancolía de un cielo sin estrellas,
tu mirada dibuja constelaciones nuevas.

Te soñé, y el aire quemado olía a renacimiento,
como si el dolor no fuera más que un preludio,
una melodía rota antes de volverse infinita,
como si la vida se reconstruyera
siempre al borde de la caída.

Así, en el abrazo de tu voz callada,
se disipa la desolación.
Amor, somos la ceniza y el brote,
el fuego y su canto eterno,
somos vida en su danza infinita.

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