
Sin buscarte, te encuentro,
como un murmullo que se esconde
entre los pliegues del silencio.
Estás en cada esquina del aire que respiro,
en el temblor de las hojas al viento,
en el eco de las palabras que nunca dije.
Cierro los ojos y ahí estás,
un destello inmortal dibujado en mi oscuridad,
tan cerca que casi puedo tocarte,
tan lejos que te conviertes en horizonte.
Eres la sombra que acaricia mi soledad
y la luz que la disipa.
Te encuentro en los reflejos del agua,
en la quietud de una luna cansada,
en las grietas de mi propia piel.
No importa cuán lejos vayas,
pareces desbordar los límites del mundo
y del tiempo.
Y aunque no siempre sé cómo alcanzarte,
mi corazón insiste en buscar,
no con la desesperación de quien se ha perdido,
sino con la certeza de que el amor
es un camino que siempre encuentra su final
en los ojos de quien espera.
Así sigo, hallándote en todas partes,
pero sobre todo
en el lugar más profundo de mí,
donde el amor se hace eterno
y los sueños tienen tu nombre.