El instante que lo supo todo

Te vi como quien contempla una tormenta
a punto de estallar en cielos desconocidos,
como quien se asoma al abismo
y encuentra, en lugar de miedo,
el eco cálido de una verdad que siempre estuvo allí.

No necesitaste palabras,
ni gestos grandiosos para revelarte.
Bastó tu sonrisa, un faro en la penumbra,
para desarmar mis dudas
y encender en mi pecho
un incendio que aún no puedo apagar.

En ese instante lo supe todo:
que eras la respuesta a preguntas
que ni siquiera sabía que tenía,
que el universo había conspirado
para cruzar nuestros caminos
como estrellas que colisionan
y crean constelaciones nuevas.

Tú también lo supiste, ¿verdad?
Lo vi en la curva de tus labios,
en la chispa que encendió tus ojos
cuando el aire entre nosotros
se llenó de una promesa silenciosa.
Era amor, puro y desnudo,
antes de nombres, antes de formas,
como si nuestras almas se reconocieran
de un tiempo anterior al tiempo.

Y aunque en el aire flotaba una melancolía,
un presentimiento de lo efímero,
también había una esperanza brillante,
una certeza de que, por breve que fuera,
ese instante sería eterno.
Porque hay encuentros que no mueren,
que viven en los pliegues del alma
como un poema que nunca se olvida.

Te vi, y me enamoré.
Y tú, con esa sonrisa que lo sabía todo,
me enseñaste que a veces basta un momento
para contener el infinito.

Deja una respuesta