
Hay una línea que dibuja el alma,
una curva que nace en el pecho
y sube, ligera, hasta los labios,
como un río que descubre su cauce.
Es la sonrisa que me regalas,
la que brota cuando pienso en ti,
cuando recuerdo que existes
y que, de alguna manera,
tus días y los míos
se entrelazan en un mismo hilo.
No sé si es magia o simplemente amor,
pero siento que el mundo se detiene
cuando tu nombre resuena en mi mente,
cuando tu fuerza me alcanza
desde donde estés,
como un abrazo que no necesita cuerpos,
como una luz que no necesita fuego.
Eres mi certeza en la incertidumbre,
mi refugio en la tormenta,
mi canción en el silencio.
Y aunque no siempre estemos juntos,
sé que nuestros corazones
llevan el mismo ritmo,
como dos pájaros que vuelan
en la misma dirección,
sin preguntarse por qué.
A veces pienso en lo afortunado que soy,
no por tener algo perfecto,
sino por tener algo verdadero.
Porque tu amor no es un espejismo,
no es un sueño que se desvanece.
Es real, como la tierra bajo mis pies,
como el aire que respiro,
como esta sonrisa que me nace
solo de saber que existes.
Así que sonríe,
porque nuestros corazones están enlazados,
no por hilos invisibles,
sino por algo más profundo,
algo que no tiene nombre,
pero que se siente en cada latido,
en cada suspiro,
en cada curva infinita
que dibuja tu nombre en mi alma.
Y aunque la vida nos lleve
por caminos distintos,
sé que siempre estarás aquí,
en esta sonrisa que no se apaga,
en este amor que no tiene fin,
en este instante eterno
donde tú y yo somos uno.